En China han adoptado la Ley de la Selva como código de circulación. Lo aprendí el primer día, al subirme a un taxi con Silvia. "Prepárate, ahora verás cómo conducen". Tiré de mi cinturón de seguridad e hice ademán de asegurarlo en el enganche. No hay enganche. Lo que siguió fue una clase magistral y acelerada (perdón por el chiste) del modus circulandi de esta gente, y que a la postre me sirvió para hacerme una idea aproximada del modo en que en la cultura china moderna se trata al prójimo. Adelantamientos por el carril de la derecha, incorporaciones abruptas que obligan a aminorar súbitamente la velocidad, pasos de peatones sistemáticamente ignorados. Por lo menos, algunos conductores tienen la deferencia de tocar el claxon cuando se disponen a cometer alguna infracción. Lo malo es que se oyen muchos cláxones.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Como he comentado de pasada en el post anterior, Shenzhen se encuentra justo al norte de Hong Kong. Sin embargo, para acceder a la antigua colonia británica hay que cruzar una frontera. Para hacerlo hay seis pasos fronterizos distintos, pero lo más común es utilizar el paso de Huanggang, mejor comunicado que el resto. Como europeo, jamás me había enfrentado al trámite de cruzar una aduana, y pasé ciertos nervios la primera vez, nada más aterrizar en el país; sin embargo, llegado el momento, me tranquilizó comprobar que era poco más que una formalidad farragosa. Así que cuando Silvia y yo nos dispusimos a cruzar para hacer unos trámites en Hong Kong, no me preocupé demasiado. Pero ni ella ni yo tuvimos en cuenta una variable que nos iba a amargar las dos horas siguientes a nuestra llegada al paso fronterizo: la posibilidad de que miles de chinos hubieran decidido simultáneamente que era un día estupendo para visitar la región vecina.
El señor de la gorra roja se me coló unas tres veces. Justo es decir que,al final, yo crucé primero.
Durante esas dos horas observé y me enteré de muchas cosas. Silvia me contó que en Hong Kong (y, de hecho, en prácticamente toda Asia), se tiene bastante mal concepto de los chinos. Esto les supone ciertas trabas administrativas, dando como resultado que son seguramente los que más complicado lo tienen para viajar fuera de su país. Para entrar en Hong Kong deben solicitar un permiso que tarda una semana en concedérseles, y tan sólo les permite permanecer en la región una semana (mientras que, a un extranjero como yo, la pegatina que le ponen en el pasaporte le da derecho a quedarse 90 días). Como suele ocurrir con todo lo que es difícil de conseguir, esta dificultad añadida debe de suponerles un estímulo extra a la hora de visitar Hong Kong; ello explicaría tan masiva afluencia un lunes (miedo da pensar qué debe de ocurrir aquí un sábado), y, en cierto modo, el hecho de que la mayoría vayan en grupos tutelados por un guía que enarbola en alto una banderita de color, para que los miembros del grupo Blanco no se líen y acaben en el bus del grupo Azul.
También me fijé en unos carteles que se repetían a lo largo de todas las paredes que nos rodearon todo ese tiempo. Parecía hablar de un peso máximo permitido en la frontera de "leche materna en polvo". Silvia no tardó en ponerme al corriente del asunto, y recordarme un episodio bastante nefasto en la historia reciente del país.
Podía haber tomado la foto de un solo cartel, mejor centrada y enfocada, pero enseñando varios
dispuestos de forma consecutiva se da a entender como que había muchos, ¿no?
En 2008 salió a la luz que 22 fabricantes chinos de leche y lácteos habían estado adulterando su leche materna y otros productos con melamina (en algunos medios de comunicación con poca atención al detalle dijeron "melanina"). Esta sustancia, que normalmente se utiliza para fabricar conglomerado, sirve también para engañar en los análisis químicos, haciendo que parezca que el producto con el que se mezlcan tiene un alto índice en proteínas. Lo malo es que también es muy, muy tóxica, y acabó con las vidas de seis niños e intoxicó a 295.000 más. Todo esto, claro, causó una alarma enorme entre los chinos, que se apresuraron a buscar alternativas a la leche fabricada en su país. Los de Shenzhen, por su parte, se dedicaron a cruzar periódicamente la frontera y adquirir leche en polvo en Hong Kong. La cosa no tardó en tener consecuencias: el abastecimiento de este producto en la región administrativa pronto se volvió insuficiente, y los hongkongueses pusieron el grito en el cielo: los chino se llevan nuestra leche. Así que al final se acordó limitar el derecho a llevar leche en polvo de una parte a otra de la frontera, permitiendo no más de 1, 8kg de este material por persona y día. Esta prohibición se ha aprobado cinco años después de los sucesos; señal de que los chinos seguían comprando su leche en Hong Kong, es decir, que siguen sin confiar en la capacidad supervisora de sus autoridades sanitarias, y de que prefieren intentar comprar leche de otras partes antes que arriesgar sus vidas y las de sus churumbeles.
Durante la espera también me fijé en este detalle curioso:
No sé qué me robó más el corazón: si el hecho de que las autoridades pongan dispensadores de jabón desinfectante en la cola de una aduana o que, además, se tomen la molestia de explicar abajo, y con fotos que no dejan margen al error, cómo va esto de lavarse las manos. Señal inequívoca del poco éxito de esta iniciativa es que las botellas de jabón eran lo más limpio e impoluto (lo único limpio e impoluto, en realidad) que había en todo el paso fronterizo.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
A los occidentales nos gusta mucho lo artesano. Mientras engullimos productos con un alto grado de mangoneo químico como refrescos y similares, nos deshacemos en alabanzas hacia aquello fabricado con las manos desnudas, fruto del buen oficio de hombres y mujeres que le echan horas y savoir faire al asunto. La propia palabra, "artesano", denota esa autenticidad y esa superioridad moral que le presuponemos a todo lo que "se ha hecho así siempre"; a lo tradicional, vaya. Pero en la definición que da el diccionario de la RAE es bastante menos romántica, y también más cercana al origen etimológico del término. "Artesano" es aquel que lleva a cabo un trabajo meramente mecánico, y también es "artesano" el fruto de ese trabajo.
A los occidentales también no encanta etiquetar países lejanos por lo que nos aportan a nosotros. En este sentido China ha sido "la fábrica del mundo", y ahora también es "el banco del mundo". En cuanto a lo primero, a parte de ser un tópico que los propios chinos se han empeñado en hacer realidad, uno no puede dejar de sorprenderse al ver cómo son aquí las fábricas. Tuve ocasión de visitar una durante mi primera semana en el país, y llegué a una conclusión que todavía nada ni nadie ha podido desmentir: los chinos no valoran su propio tiempo, o al menos no lo hacen en un sentido económico o moentario. Una fábrica china a penas tiene máquinas; para qué, pudiendo sentar a lo largo de la línea de producción a docenas de trabajadores haciendo por medio duro la hora (y durantemuchas horas) todo lo que se pueda hacer a mano: desde atornillar cubiertas hasta enasamblar diminutos elementos electrónicos. Docenas de personas trabajando para fabricar un producto que al final cuesta dos duros; al propietario le resulta mucho más barato dedicar todo este tiempo de sus trabajadores que adquirir carísima maquinaria industrial, que o bien encarecería el precio del producto final o bien se tardaría cien años en amortizar. No tengo fotos de la fábrica en cuestión, y me parecía un poco cutre sacar alguna de itnernet, así que os pongo la de una mujer en su paradita en el mercadillo electrónico de Huaqiang Bei, pegando uno a uno los cristalitos que decoran las fundas de iPhone que luego vende a precios irrisorios.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Y ya para finalizar, a ver si reconocéis a alguien en esta foto. No es un flashmob, es un videojuego de esos que reconocen el movimiento, puesto en medio de la calle y proyectado sobre un edificio.